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miércoles, 5 de diciembre de 2007

Jesús el Anticristo

Cuento escrito por Henry Rivas
henryrivas2001@yahoo.es

Jesús el Anticristo






He sido arrojado a este suburbio para tratar de enmendar los errores de la fauna que gobierna toda esta inmensidad de podredumbre, pero que yo amo. He tomado nuevamente forma de hombre. Ahora camino y mis movimientos, antes etéreos, veloces, infinitos; se convierten en lentos y frágiles. Si una piedra me cayera en la cabeza podría incluso morir o padecer durante mucho tiempo y la misión acabaría. Lo peor es que ya en mi prisión terminaría por sentirme un desgraciado.
Ya una vez fallé, cuando llegué por primera vez y me llamaron Jesús, el nazareno. Yo le pedí a mi padre para que me diera un origen terrenal más alto. Los judíos siempre han sido odiados y mi padre, que le gusta respetar sus compromisos (lo había hecho con Abraham, Moises, David, Salomón), a pesar de que le fallaron cumplió, y me humilló haciéndome nacer en un pesebre, viviendo en la pobreza, y por último haciendo cientos de milagros para que al final me asesinaran como a un cerdo. Clavándome en una cruz y ultimándome con un lanzazo en la costilla.
Y todo ese castigo en vano. La iglesia que fundé ha fracasado, el hombre siempre se aproximará a la maldad, gracias a mi padre, y él no entiende eso y sólo , guiado por su egolatría, me echa la culpa de todo.
Yo no me revelé por ambición como dicen las falsas escrituras. Para la literatura de los hombres mi primer nombre fue Luzbel, el hermoso rey de los ángeles. Mi supuesta rebelión no fue sino un acto de justicia. Mi padre está acostumbrado a jugar con sus creaciones, su soberbia y vanidad le impulsan a rodearlos de tentaciones para ufanarse de su poder. Yo protesté contra todas esas cosas, no sólo por el hombre sino también por los demás seres, incluso por mis hermanos, los ángeles: Tímidos y atemorizados hijos convenidos. Sin embargo algunos en un momento me rodearon y me dieron la razón, ahora purgan penas en mundos y rincones marginales, donde su poder se ha minimizado a la voluntad del supremo. Mi padre podría destruirme con un soplido de su poder si quisiera, pero como le gusta el juego, me transformó en hombre y me concedió algunos dones, para después abandonarme solo en una cruz, con el sol destrozando mi rostro y mi gloria opacada por las fauces del dolor, la humillación y la muerte. Entonces, yo que tengo la fe ciega en el hombre, regreso por segunda vez, arrojado a la tierra desde mi prisión de lava y fuego, para darme y dar a los hombres una segunda oportunidad. Y vuelvo con la convicción que no volví a nacer del vientre de una mujer, sino que llegué por el contrario, crecido con el poder de la divinidad de mi padre, y arrojado sin preámbulos desde sus dominios hasta la fauna en toda su decadencia; pero aunque el temor y la inseguridad inunden mis venas, mi voluntad es férrea y voy a pelear por aquella justicia y esperanza con que me espera la humanidad y mis hermanos, los ángeles. Aunque mi padre me haya despedido con una sonrisa maquiavélica, como la de un niño que está dichoso de contemplar otro juego.

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