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miércoles, 5 de diciembre de 2007

He yacido en esta fosa

Henry Rivas Sucari

henryrivas2001@yahoo.es

He yacido en esta fosa





He yacido en esta fosa cuatrocientos ochenta y ocho años. Yo sabía que algún día me encontrarían, me desenterrarían. Si me preguntaran como puedo dar mi versión sobre el tiempo, les respondería que fácil, la humedad, las lluvias periódicas y las épocas de sol, la sentimos también los de abajo.
Yo he querido responderme a muchas preguntas todo este tiempo en que había yacido mientras cada línea de mi tejido iba desapareciendo y haciéndose pedazos, cada vez que la humedad o la sequedad iban carcomiendo no sólo mi cuerpo sino también mi espíritu.
Yo, Paul Selley, natural de York, fui asesinado por Percy Bunsey, en el año mil quinientos doce de nuestro señor.
Cuando llegué a las Indias que muchos ya consideraban un nuevo territorio, lo hice en una embarcación que siguió a las de Colón. Me contrataron como médico de la tripulación. Esta se llamaba El Lucidor y estaba compuesta por españoles, ingleses, franceses, italianos y holandeses, por supuesto todos pilluelos, jóvenes y viejos recién salidos de las cárceles.
Presencié dos motines en los que degollaron a dos oficiales de la armada inglesa. Y en los que cambié de jefe sin protestar. Así que tuve muchos trabajos, suturando y cociendo heridas, cambiando vendajes, curando a un adolescente que fue violado una noche por treinta y dos marinos y por poco muere desangrado. Cuando llegamos a la Isla Isabel La Católica, nos encontramos con que la guardia española no pasaba de doce sujetos que vivían como en un paraíso. Mujeres exuberantes y hermosas, comida abundante y ese sol que nos llenaba de una energía afrodisíaca. Yo mismo me enamoré perdidamente de una preciosa aborigen. Mi paraíso duro exactamente cuarenta y dos días, en los que me perdía en una de las innumerables playas y lagunillas haciendo una y otra vez el amor con Batrica, que en su idioma pudo explicarme con gestos y ademanes significaba fuerza volcánica. Yo estaba enamorado de sus caderas abundantes y la apacibilidad de su rostro, de sus dientes de conejo y sus ojos lánguidos, de su cabello moreno y sus piernas perfectas, color mate, inyectándome su manera de besar, su boca caribeña y ese sexual ardor tropical que me hizo tan feliz.
Pero la felicidad esta hecha para recordarla y extrañarla. El Capitán Villaescusa, jefe de la isla, se enteró que los españoles ya sabían que la nave había sido tomada por la fuerza, de una manera ilegal, indigna. Fue allí donde comenzó la cacería que involucró de una manera salvaje a los naturales; a quienes manipularon para una lucha sangrienta fratricida. Yo sabía que el Capitán Villaescusa deseaba a Batrica, y me procuré tenerla siempre alejada de él. Pero yo sólo era un médico y no sabía pelear. Fui capturado junto a los integrantes de mi tripulación con el cargo de traición a no sé a que rey. Me habían capturado y encerrado en una cabaña mientras Batrica me hacía temblar con sus llantos, con sus gemidos, con esa manera espantosa de preocuparse por mí.
La madrugada del doce de octubre de mil quinientos doce Percy Bunsey, pillo inglés, cumplió la orden de Villaescusa, pasándome una espada por mi garganta, mientras yo trataba de desamarrarme la soguilla que me ataba al palo alto al que estaba sujeto. Recuerdo el cielo celeste, el rugir del mar al chocar contra unas rocas, mi pueblo aroma lejano, allá en Inglaterra y sobretodo la mirada lánguida y triste de mi único y gran amor... Batrica, mi amor, mi dulce Batrica.

Epílogo

Crónica del diario Arequipa al día, martes 18 de julio del 2000

(…)Continúan las investigaciones, sobre el misterioso esqueleto, hallado en El Salvador, por el arqueólogo Peruano de origen Inglés. Bertie Shelley. (…)

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