Translate

miércoles, 16 de septiembre de 2009

EN LAS NOCHES DE INVIERNO

Henry Rivas
Qui n’a plus qu’un moment á vivre. N’a plus rien a dissimuler.
QUINAUL
Atys



En las noches de invierno acarreo un suceso grave, mi garganta está rota por el licor que raspa mis fauces y elimina el dolor de vez en cuando para terminar en una sucia voz de trueno. Fumo treinta cigarrillos diarios, y mi tos de perro viejo espanta a los parroquianos cuando camino por las veredas de los suburbios viejos de la ciudad en busca de un poco de paz, en busca de un rincón donde echar la siesta. Antes me acompañaban algunos amigos, cuando aún mi decadencia no era tan notoria y tenía aquel trabajo que me hacía sentir tan mal: Profesor de Filosofía, qué asco, enseñando a tanto imbécil quién es Sócrates, quién es Santo Tomás de Aquino, quién es Sartre; pero ya mi liberé y recurrí a la filosofía del pueblo. Algunos piensan que me volví así desde que me dejó mi esposa, nada más falso, yo ya bebía desde mucho antes, y fumaba casi desde de niño; yo, además, esperaba a que me dejara. Después de todo, lo peor que le puede pasar a un hombre es encontrar el amor, ahí empieza en realidad su decadencia, su dolor…


Esta es mi esquina, aquí no corre mucho viento y los pasteleros de la avenida Jorge Chávez no molestan mucho, aquí puedo beber y fumar como un chino en quiebra, mientras la bolsa de valores cae, mientras los perros se mean, Bush hace guerras y García se va de viaje. Aquí puedo respirar el humo de mi cigarro y atorarme con nobleza; no piensen jamás en mí como un cobarde, no me guarden jamás pena o lástima, yo soy más feliz que ustedes, por eso tengo treinta y cuatro años y sigo vivo. Cuántos amigos que conozco han fenecido de la manera más vil, en asaltos, robos, accidentes o simplemente por la preocupación y el desengaño. No les voy a mentir diciéndoles que no hurto, o que no soy adicto, eso es cosa mía y de nadie más. Además ustedes mataron a Cristo y nadie los ha juzgado hasta ahora…


Maldita sea, otra vez la tos…, las señoras que me miran con pena son las que me dejan unas monedas, sólo hay que poner cara de tonto, soltar un poco la baba y alabar al señor cada vez que se pueda y en voz alta. ¡Oh, maldita sea!, es otra vez el dolor en el pecho, casi no puedo respirar, ya es muy tarde, casi noche, pero no siento ya el frío ni el dolor de los ronquidos en el pecho, esto es muy extraño, como el sueño de anoche. Estaba encerrado en una brújula redonda, era otra vez una niño, y mi padre me había ordenado mover las manecillas para arreglar la brújula; de pronto esta flotaba en un mar tempestuoso y yo trataba de mantenerme en equilibrio, y me volvía cada vez más pequeño, mucho más que las manecillas, entonces no podía ni siquiera gritar; el horror invadía cada milímetro de mi minúsculo cuerpo, de pronto un tiburón enorme y negro se aprestaba a despedazarme, entonces yo emitía gritillo parecidos a los chillidos de un ratón y luego todo era oscuro, sutil, blando, desaparecer….

He despertado por el frío, pero todo es todo es tan extraño, estoy viendo levantar mi cuerpo a unos policías con sus rostros lánguidos y sus expresiones torcidas, me están introduciendo a una furgoneta de la municipalidad, todos hablan de un muerto; pero yo sólo me observo a mí mismo y contemplo mi rostro apacible, parece que estuviese dormido. Me veo tan pálido, y con la barba menos desordenada que antes, y pasan esos eternos segundos; pero no me asusto cuando me doy cuenta que me han dejado solo y que ahora que está tan nublado; camino casi flotando, como etéreo, volátil, casi con el viento. Ahora sé que he muerto, y mi tranquilidad será eterna y sólo fastidiada por el ingrato recuerdo; pero quizás hasta eso desaparezca con los nubarrones que me conducen a descubrir por fin, el principio de mi filosofía.