Por:
Miguel Gonzales Corrales.
Mientras España tuvo su Siglo de Oro que empezó con el
Renacimiento y finalizó con el Barroco a mediados del siglo XVII, que fue el de
mayor esplendor en las letras hispanas, tuvieron que pasar tres siglos más para
que esta expresión literaria, la barroca, fuera recogida otra vez en el Nuevo
Mundo. Aquí en América el barroco como tal por su enrevesado lenguaje literario
y para lectores medianamente cultos, fue iniciado por uno de los mejores
escritores latinoamericanos: el cubano Alejo Carpentier. A éste, le siguieron
otros literatos de raigambre intelectual como José Lezama Lima, Miguel Ángel
Asturias Severo Sarduy, Guillermo Cabrera Infante y Gabriel García Márquez; en
la poesía aparecieron las figuras de Pablo Neruda, César Vallejo y Vicente
Huidobro.
Severo Sarduy es quien ha precisado mejor el contenido de
la palabra Neobarroco al decir: “Neobarroco: reflejo necesariamente pulverizado
de un saber que sabe ya no está apaciblemente cerrado sobre sí mismo. Arte del
destronamiento y la discusión”. Sin embrago, los máximos representantes de este
neobarroco americano son los cubanos Alejo Carpentier y José Lezama Lima porque
en sus obras hay aportes difíciles de captar si el lector no está atento y
poseen temas muy cultos. Al respecto, José Lezama Lima afirma sobre el
neobarroco: “No es un estilo degenerescente, sino plenario, que en España y la
América Española representan adquisiciones de lenguaje, tal vez únicas en el
mundo”. Quien ha seguido con detenimiento las obras de estos dos narradores,
entiende que el más barroco de ellos es Carpentier, así se ve cuando uno lee
“El siglo de las luces”, “Los pasos perdidos”, “El recurso del método”,
incluyendo los contenidos que se dan en “El reino de este mundo”, donde
Carpentier aplica su teoría de lo Real Maravilloso.
El mismo Lezama Lima, autor de su monumental “Paradiso”,
reconoce que José Martí es el eslabón fundamental en la forja de esta expresión
americana. Si el neobarroquismo es de expresión de frases desbordantes,
continuas digresiones, abundantes citas, erotizantes alucinaciones llenas de
hipérbaton e hipérboles, que van muy unidas, como por ejemplo en “Paradiso” del
mismo Lezama Lima. Asturias, con “El señor presidente”, hace gala de esos
atributos literarios, agregándole elementos sórdidos y siniestros. Cabrera
Infante, con “Tres tristes tigres”, combina la nativa urbe con elementos imprescindibles
de la cultura cubana. García Márquez, en “Cien años de soledad”, aparece una
transformación mágica y mítica de la realidad concreta donde vivió que le da
forma en la escritura densa y desbordante de fantasía, propia de lo real
maravilloso, que antes propusiera Alejo Carpentier y que con el escritor colombiano
llega a su más alta expresión (1).
Severo Sarduy, en su novela “Cobra”, alcanza su nivel más alto de estilo
barroco con una escritura drástica y densa en la historia que se narra, llena
de citas y paragramas. En el caso de la poesía, mencionamos a Pablo Neruda con
“Confieso que he vivido” y “Canto General”; César Vallejo con “Los heraldos
negros” y “Trilce”; en el caso de Vicente Huidobro, su poemario “Altazor”.
Por lo tanto, el barroco, también es americano, como lo dijera
Lezama Lima: “El primer americano que va surgiendo dominador de sus caudales es
nuestro señor Barroco”. Así como Carpentier pretendía ir en busca de lo
autóctono, de lo profundamente americano (2).
NOTAS
1. En mi trabajo literario
“García Márquez: La intromisión de la fantasía en la realidad de Cien años de
soledad”, pretendo dar un análisis muy profundo de los elementos real
maravillosos, así como las ideas de las que están propuesta en “Cien años de
soledad”.
2. Carpentier plasmó todo su
ideal autóctono de americano en un largo ensayo llamado “Problemática del
tiempo y del idioma en la moderna novela latinoamericana”, (publicado en la
revista de crítica literaria en mayo de 1975) en la que plantea, entre otros
temas, su función y descubrimiento de temas que están oculto en lo profundo del
continente de América e invoca, al final, sólo a encontrarlos, porque pueden
servir como manantial de literatura.
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