Por Miguel
Gonzales Corrales
Escritor
Acabo de cerrar
la última página de la novela «El gran Dios salvaje» (Edit. Planeta chilena,
2009), del escritor chileno César Farah, una historia donde la literatura real se
mezcla con las ficciones de la misma historia, donde se entrecruzan varios
elementos narrativos, en un discurso literario bien elaborado y encajonado
dentro la fatalidad que le acaece su protagonista, Diego Gonzales. Es una
historia bien elucubrada desde el principio hasta el final incierto, donde no se
sabe si Diego está realmente loco y todo lo que vivo lo inventó.
Esta
Literatura dentro de la misma literatura, que el autor menciona a través de
hechos literarios, nos describe la forma de inmiscuirse en personajes de la «Ilíada»; incluso cuando
conoce a un tal Homero, además ciego, quien le hace creer que es el autor de la
«Ilíada» y ha sobrevivido durante siglos y saberse que todo podría ser una
coincidencia que le sucede al protagonista en el devenir de la existencia del
hombre.
Por tal razón, la novela tiene capítulos alternos que se llaman El
libro de los inmortales, alusión que el tiempo corre pero no se detiene en la
vida de unos personajes que han existido desde su creación literaria como el
ciego ya mencionado que conoce en un asilo de ancianos y que, y quien recita de
memoria los cantos 6, 7,8 de la «Odisea». La historia se vuelve más intensa
cando este Homero entra en confianza con Diego González, quien fue un profesor
de Literatura Clásica en una Universidad de Santiago de Chile, le cuenta que
pertenece a un círculo de seres inmortales que vienen del pasado y aún más,
cuando le comenta –el ciego- que él conoció de cerca la batalla de Ilión y que
lo puede comprobar visitando a Aquiles en un bar, quien no es más que un parroquiano
asiduo a un bar. Casi al final de la historia lo llega a conocer y después de
cierta discusión, termina golpeado (Digo González), pero lo que le sorprende es
el parecido del Aquiles, el de los pies ligeros, de la obra homérica, con ese
sujeto que encuentra en uno de los suburbios santiaguinos.
Esta novela que se entrecruza con un asilo
de ancianos, con la desgracia que sufre Diego al perder en un accidente de auto
a su hijo Dante y su esposa Manuela, con el romance que tiene con una enfermera
que lo atendió mientras estaba grave, Estefanía, y las diversas historias que
se cuenta del pasado, que no son más
cuentos y novelas que el protagonista Diego Gonzales, supuestamente,
escribió y nunca publicó. Esa conjugación de escena y tiempo en el tiempo se
ven enriquecida por el manejo del lenguaje, sencillo, certero y raudo en el
devenir de cada secuencia en el discurso que maneja con audacia, puesto que,
cada detalle que narra es una idea existencial, filosófica y hasta de carácter
literario en sentido de su exploración del sentimiento y pensamiento humano en
una vida donde no se sabe si quiere o no continuar.
«El gran Dios
Salvaje» es una simbología de lo que la literatura dentro de la literatura se
puede entender y escribir, una simbología del pensamiento humano y el
sentimiento desgarrador de una ciudad done el protagonista desdeña y sufre al
vilipendiarla de la peor forma cuando dice: «En esta ciudad hay una profundidad
monstruosa, que aterra. Su aparente uniformidad, su aparente gris, su orden y calma, son apenas de la máscara de la animalidad
salvaje y brutal… justo igual como somos los chilenos, todos con la preteneción
de ser oficinistas, todos ben peinados, hombres medios grises y normales, todos permanecemos
ajustados. Pero en las noches las luces se apagan y la ciudad se llena de
Calibanes», expresiones que no son más que el reflejo del sentimiento infernal
de un autor disconforme con su sociedad a la que no tolera, ya que esa gente
disfraza sus ideas reales en la persona de Diego González. A ello, se debe sus
innumerables metáforas, como dice en algún pasaje de la novela, en la que
anuncia que prefiere disfrazar su realidad chilena con historias como «Por el camino de Swan», «Odisea», «Ilíada»,
«El Quijote», «Drácula», «El Aleph», «Hamlet», «Orlando Furioso» y realidades
Medievales.
Además, este
autor chileno, maneja el sentido de la intriga o el elemento policial cuando un
detective que investiga su misteriosa desaparición del hospital donde se
recupera Diego del accidente automovilístico donde pierde a su familia. Ese
detective que indaga desde el inicio de la novela y que desaparece
paulatinamente del escenario narrativo, es un signo de aparición media entre el
pasado de Diego Gonzales y su secuencia inmediata con la relación que tiene más
íntimamente con el ciego Homero y su círculo de
inmortales. Esa forma de vasos comunicantes que maneja esta novela
contemporánea es curiosa y específica dentro del marco de la literatura
chilena, algo así como José Donoso lo inició en los años de1970 con «El obsceno
pájaro de la noche».
Además esa
técnica de vasos comunicantes, a través de muchos episodios donde se tiene que
ir armando como un rompecabezas, es lo último a lo que apelan los escritores de
estos últimos años, una novedad estilística para que los lectores puedan
entender, intelectualmente, mejor la secuencia de una forma narrativa distinta
a las que se ha venido dando antes del año 2000. Eso quiere decir, que los
recursos literarios y técnicas son inagotables en la creación del artista
literario. En consecuencia, «El gran Dios Salvaje» de este escrito chileno de
42 años es una muestra de lo que se viene publicando en Chile, a través de la
Editorial Planeta de ese país que realiza una labor encomiable por difundir la
literatura de sur del continente, así como
«Música Marciana» de Álvaro Bisama.
Cuando un lector
cierra las últimas páginas de una novela lo hace entender el problema del mundo
que lo rodea porque te contaron una buena historia, uno se siente satisfecho
porque entiende que el papel del lector como receptor de la información que
recibe, no solo es leer, sino analizar e interpretar las diferentes formas de
conocimiento que el mundo, en su complicación, le ofrece y disfruta porque se
sabe que la humanidad es tan compleja y misteriosa que solo la literatura sabe
desentrañar lo mejor posible a través del lenguaje que explica el pensamiento
más hondo de lo que, generalmente, las personas comunes no saben. Esta es la
secuencia exacta que tiene la literatura, que ni la Piscología o la Medicina General
no pueden lograr. Por lo tanto, como anota Hans Robert Jauss en «Una Etiqueta
de la Recepción»: «El nuevo texto evoca para el lector (u oyente) el horizonte
de expectativa y de reglas de juego que lo han familiarizado textos anteriores;
este horizonte es en seguida, a medida que se desarrolla la lectura,
rectificando, modificando o simplemente reproduciendo», por eso cuando se lee
«El gran Dios Salvaje», el lector entra en un juego de episodios, de tiempos,
de lecturas, dentro de la Literatura y el lector comienza a desentrañar la
historia como un rompecabezas.
Entonces, el
libro de César Farah es una intromisión a un juego cómplice entre lector y
narrador para que el primero esté atento y no se distraiga del planteamiento
que sugiere el autor dentro de su discurso literario y su estructura textual.
Es una novela que pretende ir más allá de una simple fusión de elementos
lingüísticos, pues es un esmero que nos muestra, una vez más, la novela actual.
Arequipa, 2017
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