Sunquypa Nanaynin
(El dolor de mi corazón) es un
reciente libro de Fidel Almirón, escritor cusqueño (Santo Tomás), y formado en
la Escuela de Literatura y Lingüística de la Universidad Nacional de San
Agustín. En Arequipa realiza su labor literaria, es además director de la
revista literaria Náufrago.
Anteriormente publicó Wayliya y otros
cuentos (2010).
Sunquypa Nanaynin (2017) es un libro de
poemas bilingüe (quechua-castellano). En total veinticuatro textos, que no
tienen título sino enumeración correlativa en quechua. La lectura, en su
continuidad, revela que en realidad se trata de un solo poema, dividido en
veinticuatro partes. Ese todo precisará, además, su temática amorosa. En la
perspectiva de la poesía quechua tradicional, este poema de Almirón se
aproximaría a la variedad del harawi, como él mismo lo apunta. Y para ese
contenido, utiliza una versificación moderna, en la que combina distintos tipos
de versos.
Se trata, entonces, de un poema del
amor perdido, de un amor que existió, pero que en el presente es solo motivo de
recordación, de nostalgia, de melancolía. Este tipo de poesía, en el que
prevalece el tono elegiaco, se produce en todas culturas, antes y después del
Romanticismo. En el caso peruano, es posible que los cronistas, al hacer
registro de lo que les pareció que era la poesía de estas tierras, lo mezclaron
con el bagaje que tenían de la poesía tradicional española, particularmente con
la literatura pastoril, estableciendo con ello una distorsión. Ubicándonos en
el proceso de la literatura peruana, existe una poesía amatoria que se deriva
del harawi quechua, pasando por el yaraví mestizo cantado. Todo esto antes del
Romanticismo, que gran medida no es el
canto jubiloso del amor presente, ni del sosegado y placentero que produce el
amor correspondido, sino el amor ausente. Pero más allá, el Romanticismo es una
forma de ver a realidad, de concebir el mundo, pero también una forma de sentir
el amor como algo inexistente, lo que produce sufrimiento y dolor. Es la
evocación de un pasado feliz.
Pero los versos de Almirón persisten en
ese amor, al que se designa como paloma
o flor, es sustitución del nombre de una
mujer. Es como la búsqueda de lo que fue, por un espacio más bien propio de la
sierra rural, campestre, lo que añade un aire bucólico. Además está la voluntad
dialógica. Se apela, indaga, se invoca a la mujer. Claro es que la voz femenina
no asoma, porque la mujer es una ausencia. Aun así, pese a la comprobación del acabamiento,
se expresa la esperanza de recuperar el bien perdido.
Para comodidad de la lectura habría sido
conveniente que el poema escrito en quechua ocupara la página impar, y su
traducción al castellano, la pagina par, una frente a otra. Siempre habrá
alguien que desee revisar la traducción. Claro está que la mayoría hará su
lectura en la versión castellana, pero algunos, con rapidez o lentitud,
emprenderán la lectura en quechua. Y la traducción al castellano es importante,
y requiere de cuidado. Tenemos malos hábitos en este trabajo, suponemos que la
exactitud, la precisión es lo más aconsejable, y eso está mal. El libro de
Almirón es bilingüe, y de por medio está la traducción que él mismo hace de sus
versos. No sé si está bien que él mismo lo haga. Esto de la traducción del
quechua al castellano es problemática, y los autores de poesía quechua han sido
casi siempre malos traductores, incluso de su propia poesía. Ocurre, por
ejemplo, con el Inca Garcilaso de la Vega, que traduce dos poemas del quechua
al latín y al castellano. La traducción castellana es pobrísima. A las traducciones
de José María Arguedas también se le
pueden hacer reparos. Además Alencastre, a quien Arguedas calificara
como el mejor poeta quechua de la primera mitad del siglo XX, hizo una pésima
traducción de su poesía. Y todo por manejar el criterio errado de un trabajo literal. Los textos,
particularmente de ficción, no pueden ser traducidos literalmente, palabra por
palabra, y mucho menos la poesía. Eso viene desde el Renacimiento, y Gacilaso
fue renacentista.
Ahora, la producción literaria en
quechua se vio favorecida, a lo largo de nuestra historia, por algunas acciones
públicas o privadas. En este momento, en radio y televisión del Estado existen
programas en quechua y aymara. En el pasado, durante el régimen del general
Velasco, el diario oficial La Crónica, publicaba una versión en quechua. Hasta
no hace mucho, la Universidad Nacional Federico Villarreal convocaba a
concursos nacionales de poesía, cuento y novela, y publicaba los libros
ganadores. Existe, entonces, una bibliografía importante. El año pasado, en el
Cusco, La Oficina Descentralizada del Ministerio de Cultura, publicó un libro
con traducciones al quechua de cuentos y fragmentos de novela, de autores
latinoamericanos.
Hace unos años, vi una revista publicada
en la Universidad de Tucumán, totalmente escrito en quechua. Si no me equivoco,
en la década del noventa, jóvenes escritores peruanos publicaron poesía en
quechua, en EE.UU. En Berlín, el poeta Víctor Leoncio Bueno publicó un libro
titulado Camina el autor, con poemas
en alemán, castellano y quechua. Como se ve, el título fue tomado de Felipe Guamán
Poma de Ayala. Bueno es limeño, algo de quechua había aprendido al trabajar en una universidad del
interior del país. Pero en todos estos casos, los autores incrementaron su
conocimiento del quechua en el extranjero, en diversas universidades, en las
que se dicta la signatura de quechua.
En el país, es larga la relación de
autores de poesía quechua. En la última década, a los ya clásicos Andrés
Alencastre, Uriel Motúfar, Fredy Roncalla, William Hurtado de Mendoza, Eduardo
Ninamango, Dida Aguirre, se han sumado otros, como Macedonio Villafán, Sócrates
Zuzunaga, Víctor Tenorio García. Acá en Arequipa, donde el desafecto a las
culturas andinas, es más que notorio, en la poesía de la Generación del 80,
hubo un poeta joven que escribió en quechua. Posteriormente, Odi Gonzales,
también perteneciente a esta generación, escribió algunos poemas en quechua, e
hizo una buena traducción de la poesía de Andrés Alencastre.
Antonio Cornejo Polar, a raíz de Katatay y otros poemas, calificó a José
María Arguedas como poeta quechua, dijo que él era, por su narrativa,
indigenista, y por su poesía, indígena, por utilizar la lengua quechua. Esta
opinión ha sido desarrollada después, y se empezó a hablar de autores
indígenas, no por escribir en esa lengua, sino por expresar el pensamiento,
sentimiento, en suma, el alma indígena. Con estos sustentos, discutibles por
cierto, se calificó de escritores indígenas, a varios narradores y poetas, como
al puneño Efraín Miranda Luján.
El libro de poemas de Fidel Almirón
trae un prólogo de Alberto Almirón, profesor de Cultura y Lengua Quechua, en la
Universidad Nacional de San Agustín, y un estudio de Henry Rivas Sucari,
docente en la UPC (Lima). El elogio de la cultura andina, quechua y aymara,
está bien, como una continuidad que viene desde los tiempos prehispanos. Lo que
falta casi siempre es ver esas culturas en su estado actual, cómo se desarrolló
y siguió existiendo, aún en contra de la política cultural y lingüístas del Estado.
Las culturas andinas no estuvieron, no
están allí, replegadas, recogidas en sí mismas, y enfrentados con una cultura occidental,
intactas como en 1532. Las culturas
quechuas y aymaras forman una cultura mestiza con la occidental, esa es La
situación presente; se articuló desde el mismo momento de la llegada de los
españoles. Casi quinientos años después esa es la realidad, y nos sentimos
orgullosos de los componentes andinos que tiene esa cultura mestiza,
mayoritaria en el país. Se ha formado una semiosfera que nos representa en la
presente modernidad.
Existe una tendencia en la literatura escrita
en quechua, junto al lirismo, abundan en referencias espaciales, los deícticos,
y también las alusiones míticas de la tradición oral. Llevemos a la literatura quechua más allá de
estos linderos. Demostremos que en quechua se puede abordar cualquier temática
contemporánea, con los recursos y estrategias vigentes en otras literaturas. Y
por este camino busquemos una calidad literaria, otros espacios, y que esta
literatura no valga solo por revelarnos un mundo lejano, casi las hinterland,
una tierra exótica, inhóspita y lejana, y tampoco por la recurrencia a
hipotextos míticos. Debemos ser más actuales y no dar la imagen de una literatura
atravesada por la oralidad, y detenida en el tiempo.
Juan
Alberto Osorio
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