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sábado, 31 de mayo de 2008

LOS SUEÑOS Y LA MUERTE


No era una pesadilla ni velorio
Un sueño pasible y emocionado
El amigo muerto la crueldad ausente
La inocencia vaga entre el
Tumulto de alucinaciones.

Hay un fuego y temor que
Me estropean el sueño
Abrasan mi cerebro y
Aguijonean mis ojos.

Los sueños y la muerte que
Enredan mis noches en
Despertares furtivos
Tenebrosos.

Yo no sé que quién invoca fantasmas
Las cicatrices violentas
Vueltas a abrir
Por espacios y sueños
Y tormentos y gritos
Por la espuria y tenebrosa
Furia animal.

Sueño intranquilo
Terrible y vacío
Lágrimas y sollozos
Entre la sepultura de mis ojos
Y el olvido.

lunes, 26 de mayo de 2008

UN CUENTO DE FIDEL ALMIRON





La agonía de Phuti Phuti




Ya, hija, despierta se te hace tarde… Se escuchó en su puerta, ella aún hacía el amor; cual fuelle tierno, con el Morfeo. Movilizó su pequeño cuerpo, se llevó las manos a los ojos, para frotar y despedir las legañas que cubrían esos ojos grandes y fijos; los párpados le pesaban…—apúrate, hija— otra vez se escuchó. Ella aún peleaba con la pesadez para dejar la cama y meterse a la ducha de agua fría y calzarse un uniforme de gala, porque los lunes se acostumbraba ir bien uniformado, ya que aún se cantaba el himno nacional y el saludo a la bandera.

Jana después de un berrinche de pereza dejó la cama, se dio un duchazo ligero, se cambió, tomó el desayuno rápidamente, miró el reloj y las manecillas indicaban la hora exacta; cogió el maletín, se acercó a su madre para despedirse con un beso en la mejilla. Al salir, sintió un hilo frío de viento que cortaba la piel y un cosquilleo en el cuerpo y bostezó sutilmente, se tapó la boca.
—Sube, Jana—gritó el chofer, un hombre de un aspecto femenino, y sonrió.

En el transcurso se sentía extraña, unas ansias le carcomían el cuerpo —Qué me pasa— se interrogó, presentía algo, pero no sabía que le causaba esa angustia. Llegó al colegio; en la puerta, como siempre, se paraba un profesor de una sonrisa forzada.
—Hola, Profe— saludó, dirigiendo una mirada rápida.
—Hola, hijita— respondió el profesor, amablemente.

Se iba encontrando con sus compañeros; las miradas la flecharon, esas miradas de consuelo o de lástima, ella se preguntó sin articular nada —¿Qué pasó?—. Josefina se le acercó mientras ella no entendía la actitud de sus compañeros, las miradas de lástima aumentaban, los profesores se encontraban cabizbajos.
—Jana, lo sentimos—habló Josefina
—Qué ha pasado— se preocupó
—…— el silencio era inmenso, movieron la cabeza
— ¡Ya! ¡¿Qué pasa?!— se alteró
—Es Renato— balbuceó Sheila
—Qué le ha pasado— miró alrededor, buscaba con la mirada, la tristeza bañaba el rostro de los alumnos, su profesor tutor lucía un terno negro, el coordinador entraba a la oficina del colegio apresurado.
—Renato ya no está entre nosotros— habló Sofía.
— ¿Cómo?—
—Sí, así como lo oyes, tienes que ser fuerte— continuó Sofía —ayer venía con su mamá de Camaná y el bus se volteó, y él…—
—¡Nooooooooooo!— Jana interrumpió, para luego fundirse en un llanto interminable.

La voz se le quebró, se tomó el rostro, las chicas la abrazaron, las lágrimas iban bañando los párpados de cada de uno de los alumnos. Renato, el enamorado de Jana, ya no era más alumno del colegio, había perdido la vida en ese trágico accidente. El bus venía de Camaná abordo con 55 personas y por la irresponsabilidad del conductor chocó y luego cayó al abismo. El resultado del accidente fue de tres personas fallecidas.

Jana no se recuperaba de la noticia, lloraba interminablemente. Traía al recuerdo las sonrisas de Nato, sus caricias, su voz, sus bromas, más cuando recordó que él fue quien le puso a Jana el apodo de “phuti phuti”. Cuando ella, en el día de la madre, recitó una poesía loncca donde pronunciaba esas palabras para referirse al maíz hervido bien reventado.

“Puti puti” se secó las lágrimas, abrazó a su profesor tutor. Ese día suspendieron las labores para asistir al sepelio realizado en el cementerio la Apacheta. Amigos, profesores y familiares le lloraron por última vez a Renato, el chico de la sonrisa tierna.

Desde aquella vez Jana ya no volvió al colegio. Sus padres la enviaron a Europa con sus tíos.

Fidel Almirón
Abril 2008

PRÓLOGO A LA RATONA DEL DIABLO DE FIDEL ALMIRON




Esperábamos desde hace mucho la a aparición del primer libro de cuentos de Fidel Almirón, desde sus primeras publicaciones en la revista Náufrago.

En la mayoría de cuentos Fidel presenta un eje temático que gira en torno al amor o desamor; curiosamente , esta literatura que podría ubicarse dentro del urbanismo presenta todas las características de un romanticismo de finales del siglo XIX en el Perú.
Los dos primeros cuentos, por ejemplo, presentan al narrador— personaje que dispone de todos sus medios estéticos a la manera de una prosa casi poética. El argumento es sencillo, un instante de desamor, de nostalgia, privando lo hechos al sentimiento. El narrador traza una alegoría al dolor y a la pérdida del ser amado.

Esta fórmula se repite en casi todos los cuentos. Es como si Fidel Almirón estuviese intentando en cada narración quizás una misma historia.

Como dije, si bien, el espacio- tiempo de los hechos se identifican fácilmente en nuestra época, en un realismo urbano; el tema trascendental es amoroso, como las novelas sentimentales que inundaron el siglo XIX. En el Perú, el caso más notable es el de Luis Benjamín Cisneros, y su novela más lograda Julia; pero la influencia literaria de Fidel Almirón no va por esos rumbos, quizás sea Bécquer y Jorge Isaac, de donde escogió algunos modelos ; esto quizás—en el caso de Bécquer—nos explicaría ese intento de las primeras dos narraciones, una prosa poética que linda más con lo lírico que con un hilo argumental lleno de situaciones y tropiezos, como sucede en las narraciones siguientes.

Es a partir de Ilusión perdida en que la combinación del desamor doloroso entra en juego con recursos locales, lugares comunes, un léxico coloquial y vulgar. Ahí la escuela de donde tuvo alguna influencia es sin duda Jaime Bayly.
Quizás sea por ello que Fidel busca una comunión especial con el lector, ayudada por rasgos orales y culturales en sus historias.

Ese ritmo en la narración y a veces en un humor trágico, concibe la historia urbana llena de bares y burdeles combinada con un derrotismo fatal e imposibilidad del triunfo amatorio.

Wailía, marca un derrotero y estética distintos. Podemos concebirlo quizás como una muestra de otro estilo, quizás una estética distinta que podría desarrollarse en un próximo libro de Fidel.

No podemos sino que remitirnos en este intento estético a Arguedas y la transgresión en el lenguaje. Un cuento indigenista se puede escribir de muchas formas. El punto y perspectiva de Ventura García calderón y Enrique López Albújar pueden tener por ejemplo, más coincidencias que diferencias. Es una perspectiva occidental de valoración y como juego de ideal de representación de un mundo conflictivo e inexplicable para ellos.

Arguedas por otro lado, confluye las dos perspectivas, no solo tenemos una perspectiva andina, como muchos quieren creer, sino también hispana, hay un inclusión, una suma de perspectivas y valores, un rito tensional que alude a la utilización de una cultura hispana para explicar otra subyacente, la andina.

Arguedas tuvo la genialidad de quechuizar el castellano, Fidel Almirón tiene una feliz coincidencia en eso, y la verosimilitud que logra en este último cuento es importante utilizando ese recurso.

Por eso, quizás, este último cuento sea el hito que marca dos etapas en la narrativa de Fidel; una, la que hace juego con los lenguajes urbanos y los corazones sentimentales; la otra, experimental pero mucho más ambiciosa, en la que podría encontrar una próspera carrera literaria que todos los náufragos le deseamos, desde los tiempos memorables a la salud de un vaso de ron en una casona antigua en el centro de Arequipa, entre los aullidos de perros y la camaradería de una vieja amistad.

Henry Rivas