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miércoles, 21 de marzo de 2018

SUNQUYPA NANAYNIN ( El dolor de mi corazón) , una lectura








Sunquypa Nanaynin (El dolor de mi corazón) es un reciente libro de Fidel Almirón, escritor cusqueño (Santo Tomás), y formado en la Escuela de Literatura y Lingüística de la Universidad Nacional de San Agustín. En Arequipa realiza su labor literaria, es además director de la revista literaria Náufrago. Anteriormente publicó Wayliya y otros cuentos (2010).
         Sunquypa Nanaynin (2017) es un libro de poemas bilingüe (quechua-castellano). En total veinticuatro textos, que no tienen título sino enumeración correlativa en quechua. La lectura, en su continuidad, revela que en realidad se trata de un solo poema, dividido en veinticuatro partes. Ese todo precisará, además, su temática amorosa. En la perspectiva de la poesía quechua tradicional, este poema de Almirón se aproximaría a la variedad del harawi, como él mismo lo apunta. Y para ese contenido, utiliza una versificación moderna, en la que combina distintos tipos de versos.
         Se trata, entonces, de un poema del amor perdido, de un amor que existió, pero que en el presente es solo motivo de recordación, de nostalgia, de melancolía. Este tipo de poesía, en el que prevalece el tono elegiaco, se produce en todas culturas, antes y después del Romanticismo. En el caso peruano, es posible que los cronistas, al hacer registro de lo que les pareció que era la poesía de estas tierras, lo mezclaron con el bagaje que tenían de la poesía tradicional española, particularmente con la literatura pastoril, estableciendo con ello una distorsión. Ubicándonos en el proceso de la literatura peruana, existe una poesía amatoria que se deriva del harawi quechua, pasando por el yaraví mestizo cantado. Todo esto antes del Romanticismo, que  gran medida no es el canto jubiloso del amor presente, ni del sosegado y placentero que produce el amor correspondido, sino el amor ausente. Pero más allá, el Romanticismo es una forma de ver a realidad, de concebir el mundo, pero también una forma de sentir el amor como algo inexistente, lo que produce sufrimiento y dolor. Es la evocación de un pasado feliz.
         Pero los versos de Almirón persisten en ese amor, al que se designa  como paloma o  flor, es sustitución del nombre de una mujer. Es como la búsqueda de lo que fue, por un espacio más bien propio de la sierra rural, campestre, lo que añade un aire bucólico. Además está la voluntad dialógica. Se apela, indaga, se invoca a la mujer. Claro es que la voz femenina no asoma, porque la mujer es una ausencia. Aun así, pese a la comprobación del acabamiento, se expresa la esperanza de recuperar el bien perdido.
         Para  comodidad de la lectura habría sido conveniente que el poema escrito en quechua ocupara la página impar, y su traducción al castellano, la pagina par, una frente a otra. Siempre habrá alguien que desee revisar la traducción. Claro está que la mayoría hará su lectura en la versión castellana, pero algunos, con rapidez o lentitud, emprenderán la lectura en quechua. Y la traducción al castellano es importante, y requiere de cuidado. Tenemos malos hábitos en este trabajo, suponemos que la exactitud, la precisión es lo más aconsejable, y eso está mal. El libro de Almirón es bilingüe, y de por medio está la traducción que él mismo hace de sus versos. No sé si está bien que él mismo lo haga. Esto de la traducción del quechua al castellano es problemática, y los autores de poesía quechua han sido casi siempre malos traductores, incluso de su propia poesía. Ocurre, por ejemplo, con el Inca Garcilaso de la Vega, que traduce dos poemas del quechua al latín y al castellano. La traducción castellana es pobrísima. A las traducciones de José María Arguedas también se le  pueden hacer reparos. Además Alencastre, a quien Arguedas calificara como el mejor poeta quechua de la primera mitad del siglo XX, hizo una pésima traducción de su poesía. Y todo por manejar el criterio errado de  un trabajo literal. Los textos, particularmente de ficción, no pueden ser traducidos literalmente, palabra por palabra, y mucho menos la poesía. Eso viene desde el Renacimiento, y Gacilaso fue renacentista.
         Ahora, la producción literaria en quechua se vio favorecida, a lo largo de nuestra historia, por algunas acciones públicas o privadas. En este momento, en radio y televisión del Estado existen programas en quechua y aymara. En el pasado, durante el régimen del general Velasco, el diario oficial La Crónica, publicaba una versión en quechua. Hasta no hace mucho, la Universidad Nacional Federico Villarreal convocaba a concursos nacionales de poesía, cuento y novela, y publicaba los libros ganadores. Existe, entonces, una bibliografía importante. El año pasado, en el Cusco, La Oficina Descentralizada del Ministerio de Cultura, publicó un libro con traducciones al quechua de cuentos y fragmentos de novela, de autores latinoamericanos.
         Hace unos años, vi una revista publicada en la Universidad de Tucumán, totalmente escrito en quechua. Si no me equivoco, en la década del noventa, jóvenes escritores peruanos publicaron poesía en quechua, en EE.UU. En Berlín, el poeta Víctor Leoncio Bueno publicó un libro titulado Camina el autor, con poemas en alemán, castellano y quechua. Como se ve, el título fue tomado de Felipe Guamán Poma de Ayala. Bueno es limeño, algo de quechua había  aprendido al trabajar en una universidad del interior del país. Pero en todos estos casos, los autores incrementaron su conocimiento del quechua en el extranjero, en diversas universidades, en las que se dicta la signatura de quechua.
         En el país, es larga la relación de autores de poesía quechua. En la última década, a los ya clásicos Andrés Alencastre, Uriel Motúfar, Fredy Roncalla, William Hurtado de Mendoza, Eduardo Ninamango, Dida Aguirre, se han sumado otros, como Macedonio Villafán, Sócrates Zuzunaga, Víctor Tenorio García. Acá en Arequipa, donde el desafecto a las culturas andinas, es más que notorio, en la poesía de la Generación del 80, hubo un poeta joven que escribió en quechua. Posteriormente, Odi Gonzales, también perteneciente a esta generación, escribió algunos poemas en quechua, e hizo una buena traducción de la poesía de Andrés Alencastre.
         Antonio Cornejo Polar, a raíz de Katatay y otros poemas, calificó a José María Arguedas como poeta quechua, dijo que él era, por su narrativa, indigenista, y por su poesía, indígena, por utilizar la lengua quechua. Esta opinión ha sido desarrollada después, y se empezó a hablar de autores indígenas, no por escribir en esa lengua, sino por expresar el pensamiento, sentimiento, en suma, el alma indígena. Con estos sustentos, discutibles por cierto, se calificó de escritores indígenas, a varios narradores y poetas, como al puneño Efraín Miranda Luján.
         El libro de poemas de Fidel Almirón trae un prólogo de Alberto Almirón, profesor de Cultura y Lengua Quechua, en la Universidad Nacional de San Agustín, y un estudio de Henry Rivas Sucari, docente en la UPC (Lima). El elogio de la cultura andina, quechua y aymara, está bien, como una continuidad que viene desde los tiempos prehispanos. Lo que falta casi siempre es ver esas culturas en su estado actual, cómo se desarrolló y siguió existiendo, aún en contra de la política cultural y lingüístas del Estado. Las culturas andinas  no estuvieron, no están allí, replegadas, recogidas en sí mismas, y enfrentados con una cultura occidental, intactas  como en 1532. Las culturas quechuas y aymaras forman una cultura mestiza con la occidental, esa es La situación presente; se articuló desde el mismo momento de la llegada de los españoles. Casi quinientos años después esa es la realidad, y nos sentimos orgullosos de los componentes andinos que tiene esa cultura mestiza, mayoritaria en el país. Se ha formado una semiosfera que nos representa en la presente modernidad.
         Existe una tendencia en la literatura escrita en quechua, junto al lirismo, abundan en referencias espaciales, los deícticos, y también las alusiones míticas de la tradición oral.  Llevemos a la literatura quechua más allá de estos linderos. Demostremos que en quechua se puede abordar cualquier temática contemporánea, con los recursos y estrategias vigentes en otras literaturas. Y por este camino busquemos una calidad literaria, otros espacios, y que esta literatura no valga solo por revelarnos un mundo lejano, casi las hinterland, una tierra exótica, inhóspita y lejana, y tampoco por la recurrencia a hipotextos míticos. Debemos ser más actuales y no dar la imagen de una literatura atravesada por la oralidad, y detenida en el tiempo.


Juan Alberto Osorio



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