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miércoles, 19 de agosto de 2020

LOS HERALDOS NEGROS, UN SILOGISMO DE NO RELIGIOSIDAD

 

Escritor por Miguel Gonzales


César Vallejo, El Periodista – Diario UNO

1. CÉSAR VALLEJO, TROTAMUNDO DE LENGUAJE SENTIDO

 El vate que nació en Santiago de Chuco, una especie de comarca donde lo avasalló la pobreza y nació el deseo de observar un mundo doloroso que lo marcaría toda la vida. Así iba entendiendo la razón del existencialismo que el ser humano no estaba hecho para afrontar tanta impiedad, rodeado por infortunios terribles en un océano llamado sociedad. Vallejo fue alguien que sostuvo que la identidad humana no provenía de lo divino, sino de lo esencialmente crudo que las relaciones sociales provocan en sus infinitas vicisitudes. Por esta razón sus poemas no tienen límite de expresión verbal, pues sus versos, su narrativa, teatro y ensayos tenían para seguir produciendo la evolución humana que él percibía, pero la muerte lo cogió en la madurez de su vida. Si hubiera seguido vivo y haber  muerto a una edad avanzada, en su Perú respirando su aire, como lo dijo Pablo Neruda, hubiéramos heredado más un pensamiento amplio del mundo que convivía. En Perú muchos no lo querían desde el punto de  vista literario, peor aun cando publicó «Trilce». Sabía muy bien que la convivencia aparatosa de la humanidad nacía en la política, que desde aquí se regía todas las desdichas que el hombre puede hacer y crear (eso lo vemos a diario con la evolución social y tecnológica hasta este siglo XXI), por esa causa quería buscar una salida, una respuesta a las desdichas miserables que sufría y afrontaba la gente, lo que le orillaba a plasmarlo en sus poemas y narraciones (recordemos Paco Yunque, El vencedor, Tungs teno). Sabía que lo que guiaba a la política era el epicentro de la desgracia humana. Toda su obra literaria, por lo general, gira en torno a este punto.  Lo comprendió mejor cuando estuvo por Europa. No dejaba de sentir consternación por él mismo y la gente indefensa que no podía hacer nada contra los gobiernos, cuyas políticas egoístas velaban por ascender más a un poder inútil. Lo comprendió cuando personalmente viajó por Rusia, Alemania, Italia, y España. Esa marea de usufructo mercantil contra el proletariado indefenso y pobre, sin poder, lo justificó desde sus inicios poéticos cuando publicó «Los heraldos Negros». Por ser un joven que se dio cuenta de esa maraña politiquera fue que estuvo en prisión a raíz de los artículos que publicó en Trujillo en el diario «La industria»  en 1920. Desde esa nobel época supo que si no hubiera política que aspire al poder, el ser humano sería más feliz, viviría en un paraíso que Dios le arrebató al ser humano. De allí parte su incomprensión a la deidad porque los políticos, al margen de sus ideales, eran ferviente creyentes de un Dios que conocían y no comprendía porque de esto, si en la tierra, con todo el poder que adquirían, hacían más daño… ¿acaso Dios toleraba eso? Era una incongruencia que no podía tener lógica. De allí que muchos de los poema de «Los heraldos negros» haya esa crítica a un Dios que tolera esa injusticia de aceptar al poderoso que abusa del débil.

            Vallejo, como todo escritor, se siente impotente e inconforme con esa realidad que la política moldeó para crear una mundo social donde todos los poderosos con sus fauces sedientas absorben la debilidad de gente que no tenía culpa de nada; el, sabía que pertenecía a esa sociedad que lo hizo pobre, mísero y que lo hundió en esa pauperrimidad en la que vivió, en aquella sociedad limeña de poderosos que lo expulsó socialmente y que terminó en París, de modo igual. Solo conservó a los buenos amigos que lo apreciaron hasta su muerte y una esposa que lo valoró desde el fondo de su ser por la persona que fue.

            Entonces, la obra literaria de Vallejo, en especial, su poesía, no son más que la muestra del itinerario que supo marcar bien, pero que la muerte truncó antes. De lo contrario, hubiéramos tenido a un Vallejo en toda su producción y capacidad de crear con su lenguaje duro, armonioso y preciso lo más elemental de su apostolado que nos habría enseñado a conocer mucho más al ser humano. Aun así, la ausencia fisca del vate huamachucano está en la presencia de sus obras mundialmente conocidas, apreciadas y estudiadas por la crítica, lo cual ya es un reconocimiento a esa labor inconforme de alguien que supo enclavar la razón del existencialismo humano en una incompleta obra literaria… ¡en su poesía!

 

2. (ANTI)RELIGIOSIDAD EN «LOS HERLADOS NEGROS»

Aunque ya es sabido la mezcla e incidencias de las alusiones de Dios, Cristo, los clavos de la crucifixión, la fe, las Marías que se van, y otros elementos de carácter bíblico, hemos reparado en seis poemas que son vitales y que dan cuanta de la vitalidad deifica que se lee en varias poesías, a los largo de sus seis partes, sin dejar de lado el poema liminar que da nombre al poemario: Plafones ágiles, Buzos, De la tierra, Nostalgias imperiales, Truenos, Canciones del hogar. Los poemas a los que hacemos referencia son: Los Heraldos negros, El pan nuestro, Impía (De la tierra), Amor prohibido, Los dados eternos, Amor y Dios (estos últimos pertenecientes a Truenos). En ellos, sobre todo, hay un desarrollo donde se mezclan imágenes y referencias de elementos religiosos-cristianos, se entrecruzan versos de caracteres retóricos y coloquiales, es decir, el poeta utiliza elementos estilísticos y formas tan comunes como clichés que se emplean recurrentemente en la sociedad. Decir, por ejemplo, “Serán tal vez los bárbaros de potros atilas;/ o los heraldos negros que nos mandan la muerte”; en oposición a “…crepitaciones/ de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.”, notamos la antítesis de versificación y el cliché del pan que se quema en el horno. Esto es una muestra de algunos elementos que se registran en los seis poemas antes mencionados, de los cuales hemos seleccionado dos para su análisis.

Sin embargo, antes de ir por el sondeo de la interpretación poética de los poemas elegidos, se tiene que entender por qué la alusión de los temas cristianos en la poesía melancólica que obedece a la vida real de Vallejo que entrelaza una divinidad cristiana que engrandece su literatura por sus elementos, a veces, disimiles en cuanto a los significados Realidad oposición Divino. Entendemos que la vida de Vallejo fue marcada por carencias en su pueblo natal Santiago de Chuco, y que su infancia, junto con sus hermanos fueron dedicadas al campo. Quizá esa primera forma de conocer la vida, seguramente las precariedades económicas fueron un inconveniente ante los numerosos hermanos que tuvo le hizo entender una concepción especial de la realidad que le tocó afrontar y que no escogió. Adicionalmente, el aspecto religiosos en el que se formó creyendo en un Dios bueno que perdona los pecados. Entonces, la pregunta es, como lo anota Carlos Caballero Alayo en su trabajo «El tema de la vida de Los heraldos negros», cuando se pegunta ¿Si creía en la existencia de un ser Supremo o no? (1). Él mismo se responde cuando explica: «Nacido en una comunidad en la que la religión ocupa un lugar en casi todas sus actividades y de abuelos sacerdotes, es de esperar que la fe en la divinidad sea algo natural en él». Pero dice que  tiene un una visión más amplia para explicar la existencia de Dios porque le da una interpretación más personal a la Biblia. Nuestro parecer es que realmente Vallejo sí creían en el catolicismo que se profesa en el Perú; pero lo que hace en sus poemas es constatar cómo el dolor humano, ese sufrimiento del mismo hombre tan duro para el trabajo, para la pobreza, para la política, los abusos, el genocidio, las masacres de los indígenas y que el Dios que tantos creen bondadoso, pues rezarle Padres nuestros, no  los ayude y se apiade de nosotros, no era lo que el vate huamachucano creía que podía ser realidad, pues la creencia del ser Divino es tan abstracto que lo abstracto no se toca ni siente y mucho menos existe aun cuando se sabe que esa divinidad intangible no pudiera hacer algo por alguien. Por esa razón Vallejo explora ese subjetivismo en su poesía aludiendo con metáforas, antítesis y parafraseos algunos versos con la inexistencia de ese Dios que nuca hará nada por su creación, como lo menciona en «Los dados eternos». Este enlace entre lo divino y real de las penurias que tiene el hombre lo hacen escribir esos textos que lo vinculan a un Dios inmaterial que solo está en el significante de la expresión, pero que no se materializa como ente real, pero sí con un significado de lo que Dios significa en la Biblia, a través del sacrificio de su hijo en la cruz. Una vez más no encontramos con esos elementos claves que figuran en varios de los versos que escribe y los vuelve realidad para oponer: Dios (arriba) y humano (abajo). Una especie de superioridad que abusa de su poder divino con los humanos que sufren el día a día de los sucesos buenos y desastrosos que les ocasiona la existencia diaria, hasta el fin de los tiempos, si es que llega ese fin del mundo, tan mencionado en el Apocalipsis.

Toda esta formas de expresión que hemos venido diciendo lo notamos en verso como: “Golpes como el odio de Dios, como si ante ellos,/la resaca de todo lo sufrido/ se empozara en el alma…” (Los heraldos negros), “Amada, esta noche tú te has crucificado/sobre los dos maderos de mi beso” (El poeta  su amada), “…/tuve a mis ojos de Magdalena, toda/ la distancia de Dios… y te fui dulce” (septiembre), “Señor, estaba tras los cristales/humano y triste de atardecer;/y cual lloraba tus funerales esa mujer” (Impía), “Perdóname, Señor: qué poco he muerto!” (Ágape), “¡El pan nuestro de cada día dánoslo, Señor!” (El pan nuestro), “Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;…/Dios mío, si tú hubieras sido hombre, /hoy supieras ser Dios” (Los dados eternos), “…y que yo, a manera de Dios, sea/ el hombre que ama…” (Amor), “Oh, Dios mío recién a ti llego,” (Dios), “Yo nací un día en que Dios estuvo enfermo.” (Espergesia). Como se aprecia todas estas variantes son formas entre lo real y ficticio, entre lo material e inmaterial, pero que manejan una mezcla de fusión en los versos que lo funden en una sola entidad: que Dios está en la vida del hombre, en la misma tierra y que ambos deben sufrir lo mismo. Al menos esa es la finalidad en los poemas, sobre todo aquellos que se refieren a Dios y los extractos de versos antes mencionados lo confirma, pues le dan intensidad, tanto en la eufonía como el manejo del léxico cuando alude al estilo del modernismo influenciado por Rubén Darío.

Estos versos que sufren una alteración de lo cotidiano también sufren una alteración en la forma de la expresión poética. Eso quiere decir que los versos manejan una interpretación personal, pues si están dentro de un contexto que  desde el inicio al final se nota el sufrimiento, la nostalgia del pasado heredado por lo familiar, estos extractos de versos reflejan la honda humanidad que el Yo-poético anuncia y es tanto el desgarro humano que se percibe el sufrimiento inmisericorde, pues si en la Biblia se percibe las dadivas de un Dos misericordioso, Vallejo alude que no todo es así, puesto que los mismos versos de raigambre religioso, en la literatura (poesía) cobran un valor nuevo:  lo humano se mezcla con lo religiosos / lo real (el hombre que sufre) con lo mitológico (la ficción literaria de la historia bíblicas). Toda esta compleja gama de elementos versados son la raíz y la fuente de la capacidad intrínseca de la concepción de Vallejo de lo que para él representa la vida por un lado y la religión, por otro. Esta génesis es lo que será después la inserción de los neologismos de «Trilce», una experimentación en los Heraldos negros (2).

Si nos percatamos que cada verso de distinta índole, en cualquiera de los poemas que escribe Vallejo, tienen siempre su relación bíblica, una serie de ideas que nos da a conocer, de distinta manera, lo mismo cuando dice, por ejemplo: “Yo nací un día/que Dos estuvo enfermo” (Espergesia); y si lo cotejamos con el siguiente: “Amor, ven sin carne, de un icor que asombre;/ y que yo a manera de Dios, sea hombre,/ que aman y engendra sin sensual placer”. (Amor); así vemos otro de similar temple como el que sigue: “Dios mío, estoy llorando el ser que vivo.” (Los dados eternos); otro que sigue la concatenada expresión: “Quédate en la hostia/ ciega e impalpable/como existe Dios”, (Para el alma imposible de mi amada); otros versos: “¡Porque se habrá vestido de suertero/la voluntad de Dios” ( Las de a mil). “Señor! Estabas tras los cristales/humano y triste de atardecer;…” (Impía). Así notamos que los versos tienen una relación esparcida en poemas distantes de tres, cuatro, o cinco en relación de unos con otros, pero se nota que el leiv motiv de toda esta zaga no es otra que su fundamental relación de Dios partiendo del sufrimiento humano, no como un ser Divino que goza de mucha ampulosidad, sino de algo entristecido que se somete a lo que tiene de sufrimiento el ser humano, eso quiere decir que Dios es tomado como un personaje  de aquí abajo como lo pudiera ser Juan, Antonio, Miguel, Alberto o cualquier sustantivo propio en nuestro vivir cotidiano. Cada caso anotado anteriormente es la muestra palpable, definitiva, que Dios no es el ser Divino que creemos, sino que es un ente sobreviviente a la mente humana y aquí entramos a tallar un poco en Materialismo Dialéctico donde Dios no es todo divino, sino un ser de lo cotidiano, de nuestra vida mundana. Vallejo lo entendió así y de allí su relación tan desgarradora con nosotros mismos. Bien pudiera decirse un Yo-poético como muchos otros aluden en sus emociones subjetivas. En cambio, Vallejo, no. Él crea un Yo-poético sui generis relacionado a su unión con Dios como si Dios fuera alguien cercano a él y lo mira y palpita de cerca todo el sufrimiento de su ser, algo así como decir: Juan yo sufro por mi desgracia familiar; pero en lugar de Juan aludo al nombre propio de Dios, Señor, Cristo, por ejemplo cuando dice: “Son las caídas hondas de los Cristos del alma”, (Los heraldos negros), o “Yo te consagro Dios porque amas tanto” (Dios). Entonces,  podemos decir: “Hemos caído junto los Gálvez en una gran desgracia” o “Yo te perdono porque eres bueno con nosotros”, respectivamente. Sin embargo, la poetización de Vallejo, unido al sustantivo propio de Dios, le une retoricismo tan especial y bien encuadrado que tanto la eufonía como la métrica dada en sus distintos poemas, lo toman como un recurso polimétrico en distintos verso al que hemos aludido porque Dios cumple una función desdoblada, cualquiera sea la funcionalidad del significado connotativo o estilístico. De cualquier modo, va encuadrar donde se lo equipara dentro de la idea que se plasma en el poemario (3).

            Nosotros entendemos que la obra de «Los heraldos negros» es muy nutrida en la versatilidad del parafraseo que se convierte, estéticamente, perfecto al momento de versificarlos, incluyendo la idea de Dios como hemos anotado. Pero hay un detalle elemental, intrínseco, en la redacción de este poemario vanguardista. Se trata de un tipo de oralidad que se percibe en las poesías donde el Yo-poético cuenta las hazañas de la gente pobre como si Vallejo estuviera en todos los seres que menciona de un modo tácito y que involucra a muchas formas de dramatismo-lírico-poético. El detalle es qua a través del lenguaje que vimos anteriormente donde se funde lo coloquial y lo estilístico, lo épico que se puede entender en los poemas de vallejo, no al estilo medieval, sino al popular, radica en lo hondo de los versos donde cualquier persona que él pueda representar en todos los parafraseos que quiera, muestra ese profundo devenir de sufrimiento humano que lo puede padecer cualquier persona y como todo peruano que se sumerge en sus frases tan cotidianas alentados por la divinidad, Vallejo lo supo entrever perfectamente en los versos que supo darles melodías en la terminación de versos asonantes y consonantes. Así como lo anota Pablo Guevara: «Busca una Poesía que sea capaz de contener las encontradas emociones de una conciencia al mismo tiempo  que su condición social (sus reales condiciones  de existencia peruana/provinciana serrana o lo que fuera) frente al oscurantismo y ambigüedad de lo criollo que trabaja el lenguaje con máscaras» («11 Ensayos valllejianos», 1993, pp. 59,60), entonces, Vallejo ve la Poesía como un ser vivo para que exprese sus ideas a través de varios Yo-poéticos en distintas circunstancias, incluyendo aquellas que son propias y más cercanas a su intimidad familiar, pues la miseria que cuenta en cada uno de sus pomas que llegan hasta «Trilce» son las heroicidades de la gente  pobre que, como él, ha sufrido y avanza con mucho valor para enfrentar a los monstruos que son pobreza, abuso social frente del más poderoso, la injusticia que conoció y la severidad de una sociedad que  nunca entendió y fue infausta con él. Y todo lo cuenta con esa oralidad que conmueve cando un abuelo te narra una historia propia de sus experiencias ancestrales. Allí radica la belleza de la poesía vallejiana, en esa forma tan natural y honda de un contador de desdichas que lo embellece con unos versos llevados a una métrica tan exacta a través de muchas imágenes comunes y literarias que hacen de estos poemas especiales en cuanto cada palabra dentro de sus versos. Esa funcionalidad  es exacta, pues cada palabra cumple, con su significado, un armado preciso, pues si faltara una, el poema carecería de estética. Así pondremos unos ejemplos: “Vengo a verte pasar todos los días/vaporcito encantado siempre lejos…” (Bordas de hielo), como se observa en ambos versos los verbos “verte” y “pasar” tiene una concatenación con “vaporcito encantado”. Se entiende que la fluidez de ternura brota cuando a un  abuelo cuenta una anécdota que lo va a entretener. Otro caso: “Roja corona de un Jesús que piensa/trágicamente dulce de esmeraldas” (Deshojacion sagrada), lo intenso de esta descripción está en roja corona Jesús  y en lo trágicamente dulce aquí lo cruel de la sangre se ve endulzado con calma al mencionar que esa tragedia es necesaria para clamar a Jesús, es una antítesis que colma de sosiego a ese dolor inmenso, lo que un niño entendería tranquilidad para no entender lo brutal de la situación. Un último caso de los muchos que encontraos en Los heraldos Negros: «Amada, esta noche tú te has crucificado/sobre dos maderos curvado de mi beso» (El poeta a su amada), en estos versos entendemos que “Amada” y “crucificado”, un término es sublime y el otro aterrador por lo que significa la crucifixión y “curvado” y “beso”, también se comprende cómo lo dulce reemplaza a las palabras terribles que pueden ser insensibles. Todo esto lo disfraza, una vez más, para cubrir el dolor por lo bello y todo nos parezca encantador cuando en el fondo hay mucho dolor que hay que cubrirlo de algún modo. Esas palabras son claves en toda la poética de Vallejo para suprimir esa aflicción para que sea algo digno de contar; es allí donde radica la oralidad, nos cuenta cómo por cada poema hay candilejas que muestran el bien y el mal unidos en la vida humana que nos lleva a un punto: la mácula religiosa en todos sus ámbitos.

             Por todo lo que apuntamos en esta parte del estudio de «Los Heraldos negros», comprendemos que la religiosidad  en la poesía es una fusión única que radica en la eufonía y la métrica con la que cada verso de los 67 poemas son uno solo y que Vallejo supo ordenarlos de acuerdo a la intensidad de cada momento. Por ende, ese valor estético es el resultado de un hermoso poemario que nos seduce por las palabras precisas y una sintaxis que armoniza con los versos en una macroestructura de ideas sobre el verdadero propósito de Dios en la tierra: Un ser que convive con los seres humanos para constatar  «que sientes nada por su creación» (Los dados eternos). A todo esto, Vallejo le da un perfil humano porque, al final de todo, Dios es invención humana y no divina, aunque la religión como credo es ciencia, pero el vate liberteño nos explica lo contrario en muchas de sus poesías. Por eso,  Camilo Rubén Fernández-Cozman  explica, a través de Ángel Rama, que no haya nada de modernismo en la poesía de Vallejo: «El modernismo hispanoamericano de Rubén Darío es una de las muestras del estilo separativo porque, según Rama implica la especialización del trabajo porque aísla el lenguaje de la poesía en relación con el léxico coloquial y cotidiano, hecho que se observa, sobre todo, en «Prosas profanas» (Fernández Cozman, 2018, pp. 22,23) (4). Por esta razón, el vanguardismo de Vallejo nunca fue entendido por los críticos de la época (1918-19) y su valorización literaria  haya sido reconocida tardíamente. Pues esa temática innovadora para esos años de inicios del siglo XX: verso libre, tendencia a romper con lo clásico, ir en contra de lo establecido por la poesía y que la gente creía como modelo único, desvirtuar el lenguaje para crear una nueva forma de expresión, más real, alejada de los simbolismos románticos y oníricos, pensamiento más arraigados a la condición humana, entre otros aspectos, fue icono predominante en este vanguardismo latinoamericano que rompió con cualquier canon sublime que se heredó por mucho tiempo, siguiendo modelos europeos. Ese es valor genuino de la poesía de Vallejo.

 

3. DOS POEMAS DECISIVOS EN LA (ANTI)RELIGOSIDAD DE LOS HERALDOS NEGROS

Hasta ahora hemos entendido una interpretación cercana del porque la poesía de Vallejo tiene esa mezcla de Dios/Hombre. Ese apego intrínseco/extrínseco cuyo factor semántico nos muestra sintácticamente las palabras idóneas en la métrica que desencadena en un ritmo elocuente en cada uno de sus versos. Ahora, hemos tomado dos poema claves que insertan la idea de Dios como un ser más humano que divino. Dentro del conglomerado de poemas, en sus seis partes, hemos seleccionado dos que son fundamentales en el concepto de Dios para Vallejo, pues cada verso no se desliga del otro hasta comprender que ambos poemas son una pequeña Biblia, no de la Deidad, sino del Hombre: «Los dados eternos» y «Dios». Ambos poemas pertenecen a «Truenos». Aunque hay otros que pertenecen a esta sección y que, de igual modo, presentan la clave para dar con este punto neurálgico de la visión de un Dos no celestial, como «Pan Nuestro» y «Amor Prohibido», así como el poema que da título al libro, «Los heraldos negros», los cuales ya se mencionó.

            Entonces, iniciaremos el análisis con el primer poemario.

 

 

LOS DADOS ETERNOS

 

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;

me pesa haber tomándote tu pan;

pero este pobre barro pensativo

no es costra fermentada de tu costado;

tú no tienes marías que se van.

 

Dios mío, si tu hubieras sido hombre,

hoy supieras ser Dios;

pero tú, que siempre estuviste bien,

no sientes nada de tu creación.

Y el hombre sí te sufre: el Dios es él.

 

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,

como en un condenado,

Dios mío, prenderás todas tus velas,

y jugaremos con el viejo dado…

Tal vez, ¡Oh jugador! al dar la suerte

del universo todo,

surgirán las ojeras de la Muerte,

como dos haces fúnebres de todo.

 

Dios mío, esta noche sorda, oscura,

y no podrás jugar, porque la Tierra

es un dado roído y ya redondo,

a fuerza de rodar a  la aventura

que no puede parar sino en hueco,

en el hueco de inmensa sepultura.

 

 

En primer lugar, en el poema se ve la aclamación a un Dios que mira como un hombre a su amigo, sufre por las desdichas que le sucede. En este sentido parte del cliché coloquial Dios mío, que es una reminiscencia del lamento humano, más popular todavía cuando se sabe que la gente peruana invoca estas palabras cuando sufre asombro o desgracia alguna; esto se une al desgarro humano por la súplica desfalleciente cuando dice: Estoy llorando el ser que vivo. Esto quiere decir que el Yo-poético (Vallejo) se siente tan mal por lo que la vida le ofrece en su vivir cotidiano que no logra entender por qué desgracia alguna lo atormenta solo a él y finaliza con la forma deíctica de “el ser que vivo”. En este primer verso la concatenación es perfecta e intensa con solo leer cada palabra, por tal razón la metonimia es ingeniosa, pues Dios mío (formula coloquial) es la causa de “lloro el ser que vivo” (forma estética) que es el efecto. Desde el primer momento esto funciona en el significante del lector y lo impulsa maquiavélicamente a seguir porque ese Dos no es bueno. Este primer impacto se une a los tres siguiente versos (2, 3,4) que simplifica y terminan de impactar por su connotaciones semánticas: “Me pesa haber tomándote tu pan”, aquí los verbos forma un pluscuamperfecto compuesto que hace inferir los siguiente: el infinitivo “haber” nos pone en un presente, y nos traslada al  mismo tiempo a un futuro con el siguiente verso “tomándote” que se intuye llegará progresivamente con: “Haber tomándote”. Toda esta parte finaliza con la personificación penetrante: “barro pensativo”; pues el hombre nació del barro; y la hipérbole: “costra fermentada de tu costado”,  alusión a la costilla de Adán donde, según la mitología hebrea, nació Eva. Estas imágenes bíblicas son la idea para entender que el hombre es humano y Dios también porque el barro y las castillas son elementos que son de la tierra y no de ningún limbo celestial donde no hay Dios alguno. Y la reacción final donde la primera estrofa termina de un modo trepidante cuando le dice a Dios: “Tú no tienes Marías que se van”, pues esta paradoja, aparente en esa contradicción, pero fundamental, le increpa a Dos que no tiene Marías que se van, pues nunca se supo de dónde apareció Dios, solo para hacer la creación, es decir, no se sabe cómo vino al mundo porque es una idea abstracta, en consecuencia, Dios no existe, pues no tuvo una madre que se le conozca, así como Jesús-hombre, tuvo una madre llamada María. Aquí radica una antítesis perfecta en el significado de este verso final de la primera estrofa: Jesús (hijo)-María (Madre)/ Dios (hijo)- X (Madre). Por eso Dios, en nuestra vida, es una alusión para invocar la ayuda de cualquier otra persona, como explicamos anteriormente.

            Cuando nos referimos a los versos 6, 7, perteneciente a la segunda estrofa, la idea de Dios se desmorona, pues el Yo-poético da una alusión de modo indefinible y tremendo a no dudar: “Dios mío, si hoy hubieras sido hombre,/ hoy supieras ser Dios”. Nuevamente nos encontramos con la anáfora “Dios mío”, que también se repiten en la cuarta y última estrofa. Las conjugaciones verbales son fundamentales en ambos versos, “hubieras” y “hoy”. Primero alude a un pretérito pluscuamperfecto para alejarlo de una realidad y sumergirnos en un pasado ignoto y al verbo infinitivo “hoy” que es un presente cercano, actual. En estas reminiscencias temporales, semánticamente se nota una antítesis connotativa: Dios (Jesús) vivo en el pasado y el hombre sigue viviendo hasta ahora, pero la intensidad de la expresión hace notar que el hombre (Jesús) fue pasado y que Dios vive en la actualidad. Ahí radica la fuerza y el desdoblamiento de los versos que indican a un Dios que no es más que el hombre, pasado y presente, son lo mismo, pues el hombre existía en tiempo de Jesús y la Idea de Dios aún persiste en el presente, por eso la idea que nunca hubo distancia ni de tiempo, espacio y menos humanidad, pues Dios es humano porque lo inventó el mismo humano. Los versos 8, 9 se unen en una sola expresión al manifestar que Dios nunca tuvo dolor, pues no puede tener dolor lo que no existe. Aquí, los adverbios “nada” y “siempre” son fundamentales, ya que la magnitud de la expresión de no existencia (nada) hace referencia que todo sigue igual (siempre) porque son fundamentales cuando se unen a los verbos “estuviste” y “sientes”, el primero desencadenará en que Dio siempre vivió bien y nunca sufrió; en cambio “sientes”, se entiende por dolor y agobio, por eso nunca entendió como son los sufrimientos del ser humano en una sociedad cruenta que no se apiada del abandonado (pobre) el cual una vez Jesús (hijo de Dios) ayudó. Esta metonimia bien profunda en su significado tiene la causa de que Dios vive sin problemas y el efecto que su creación, los seres humanos, sufren sin piedad las adversidades de sus existencias. Y el verso 10 trepidante como certero golpe en el talón de Aquiles, fulmina explicando que Dios realmente no existe, pues como lo veníamos diciendo, la segunda estrofa finaliza: “Y el hombre si te sufre: el Dos es él”. Aquí notamos la explicación porque Vallejo sí era creyente, pero tenía una fe interna, es decir, todos lo infortunios del hombre son terrenales y no divinos. El ser humano podía ser bondadoso pero con el prójimo como lo menciona en todos sus poemas que de alguna manera son humanitarios, incluso en «España aparta de mí este cáliz» y «Poemas humanos» (sugerente este título según lo que estamos hablando). Por ende, el Dios es el hombre que vive para ayudar a los demás y hacer entender que no debería sufrir por las maldades de otros u otras causas que hay que enfrentar. Esta es la base de la primera parte del poemario.

            En segundo lugar, ya adentrándonos en las dos ultima estrofas, empezaremos diciendo que la tercera comienza con los versos 11, 12, 13, 14 en donde se funde una expresión más mesurada, de una explicación consecutiva que nos da un orbe más alejado a la divinidad, pero fundamental para entender la explicación de las dos primeras estrofas. Es así: “Hoy que mis ojos brujos hay candela, / como en un condenado,/ Dios mío, prenderás todas mis velas,/ y jugaremos con el viejo dado…”, aquí partimos de otros elementos malvados dentro en la mitología hebrea. Según esta creencia, Dios es el bien; sin embrago, aparece la otra parte de la historia: el mal. Aquí nos detenemos en los sustantivos “ojos brujos”, “condenado”, “Dios” y “dado”, estos elementos son calves para entender que el Dos que es terrenal y humano igual que el hombre; nos encontramos con su ponente, el Diablo o Lucifer, entroncado en el término Condenado. Según la mitología, este ser perverso que quiso seducir a Jesús, habita un mundo plagado de llamas al que se denomina Infierno. Así como Dios es terrenal, este ser también lo es, por eso juega los dados de la suerte de la vida iluminado por una vela encendida cuya llama connota el Infierno. El Yo-poético ahora quiere ser el Demonio o condenado que de igual manera habita la tierra con la finalidad de echar la suerte de la humanidad a lo que venga, objeto de ello son los puntos suspensivos que connotan incertidumbre, y el dado es tan viejo que se colige que esa antigüedad tiene muchos siglos. Estos cuatro versos son una secuencia de Anáfora y toda la metonimia de esta expresión nos señala solo un tema: la maldad que hay en el mundo y que el Dios Terrenal tiene que luchar con el fuego (las velas) e intentar hacer algo por salvarnos, he de ahí el “Dios mío”, otra vez, la súplica que está en todo el poema. Y la culminación de este acto finaliza con: “Tal vez, ¡oh jugador! al dar la suerte del universo todo,/surgirá las orejas de la Muerte,/con dos ases fúnebres de lodo.», es así que “jugador”, “universo” y “muerte”, como sustantivos, determinan que todo ello representa la Muerte (con mayúscula la M) lo que nos hace referencia que Muerte es sinónimo de Lucifer y que todo el universo, el mundo está plagado de lodo, inmundicia y maldad que nadie puede acabar y menos destruir porque está de un modo ubicuo en todos lados hasta la muerte y nada cambiara, de allí que haya la expresión “con ases fúnebres de lodo”, es decir, fúnebre que es la muerte de todos, del lodo (el hombre salido de la costilla fermentada) como es nuestro final definitivo. También el demonio está inmiscuido en la supuesta creación de Dios. Entonces, se deduce: ¿todo es este mundo bíblico existe? La duda queda, pero Vallejo lo supo interpretar según las referencias de los libros sagrados.

            El cuarto y último párrafo es una expresión desde el inicio hasta el final, una reflexión que nos conduce a pensar que nuestra suerte en el mundo es incierta hasta llegar definitivamente a la muerte: “Dios mío, esta noche sorda, oscura,/ ya no podrás jugar, porque la tierra/es un dado roído y ya redondo/ a fuerza de rodar a la aventura,/que no puede parar sino en un hueco,/en el hueco de inmensa sepultura”, en esta antítesis nos percatamos que Dios (quien vive en un reino celestial, de luz) ahora se encuentra en un modo oscuro que es la tierra y que como todo ser humano tampoco tiene un destino determinado porque no es omnipresente ni omnipotente, sino un ser humano como todos que tenga que vivir con la vida que le toque y morir y ser sepultado como cualquier otro hombre. Las imágenes perfectas de “noche oscura”, “rodar a la aventura” “que no puede parar sino en un hueco” (después de rodar el dado) e “inmensa sepultura” son fundamentales. La primera, “noche oscura” la vive cualquier humano, no hay creación hecha por Dios. La segunda, como todo hombre vive las desdichas y alegrías del ser humano. Y la tercera, todos vamos a una tumba con o sin lápida, pero al decir “inmensa”, puede ser cualquier parte del mundo.

            Esta visión antidivina de «Los dados eternos», muestra como Dios no es más que la imagen de cualquier ser humano en un mundo donde conviven el Bien y el Mal y que la idea de Dios es solo una visión de lo que se quiere creer. Ahora bien, el otro poema a ver, es más directo al descubrimiento de lo que es Dios, sobre todo por la visión terrenal de su vida.

                                                    DIOS

Siento a Dios que camina

Tan en m, con la tarde y con el mar.

Con él nos vamos juntos. Anochece.

Con él anochecemos. Orfandad…

 

Pero yo siento a Dios. Y hasta parece

Me dicta no sé qué buen color.

Como bue hospitalario, es bueno y triste;

Musita un dulce desdén de enamorado;

Debe darle mucho corazón.

 

Oh, Dios mío, recién a ti me llego,

Hoy que amo tanto en esta tarde; hoy

Que enla falsa balanza de uso senos,

Mido y lloro un frágil Creación.

 

Y tú cuál llorarás… tú, enamorado

De tanto enorme seno girador…

Yo te consagro Dios, porque amas tanto;

porque jamás sonríes; porque siempre

debe dolerte mucho el corazón.

 

 

 

Lo primero que se observa en este poema es la Sinestesia en la que la idea de Dios tiene un sentido vivo y humano, una compañía que el Yo-poético siente, vive, se complace y toca (sabemos que Dios es un creencia abstracta). Esa primera intensión nos enseña que la divinidad es muy humana, pues las  preposiciones “tan” y “con” en el segundo verso, nos muestra esa intensidad que la existencia está dentro de uno y en compañía de uno. Esas dos preposiciones son básicas para adentrarnos y decir que la idea de Dios es muy terrenal cuando se enfrenta a lo cotidiano y vive como todo humano  en la “tarde” y el “mar”. Con esta indicación notamos que el Dios celestial no es más que el dios viviente del mundo que habitamos. Es decir, las escrituras Bíblicas nos enseñan a pensar que Dios (Yahvé) fue un creador del mundo; pero uno se pregunta y ¿quién creó a Dios?, la respuesta es obvia, el hombre como símbolo de paz y poder. Es por eso que estos versos iniciales inciden que Dios es tan humano porque nació de la mente humana. La idea se completa con los versos 3 y 4 cuando “Con él nos vamos juntos. Anochece. / Con él anochecemos. Orfandad.”, entendemos que la expresión cabal, de ser singular a plural, muestra a la deidad, no solo como parte del Yo-Poético, si no ahora formando parte de una multitud indefinida (se infiere que de todo el mundo, pues Dios es ubicuo y para todos), la que indica comparten la vida cuando ese Dios, como todo ser viviente, camina por cualquier parte del mundo donde puede pernoctar en el sitio que le coja la noche: y en esa soledad de la noche cuando se está recostado en la cama se sietes solo y piensa en todos, por eso el adjetivo “orfandad”, como en el caso anterior de «Los dados eternos», Dios está solo, pues no tiene familia ni padres que lo acompañen o velen su sueño.

En la segunda estrofa, los versos iniciales, 5 y 6, vuelve al plano del singular, donde el Yo-poético accede: “Yo siento a Dios”. El verbo infinitivo de un presente actual nos da la idea que Dios vive con uno y ese sentir significa que lo palpa, lo mira, lo presiente, emociones que una persona común tiene en relación por la cercanía o familiaridad con otras. Una vez más nos encontramos con una Sinestesia. Pero esto continúa con un encabalgamiento “… Y hasta parece/ que él me ha dicho no sé qué buen color.” El encabalgamiento empieza con el verbo copulativo “parece” que indica que se refiere a un ser vivo y continua con la expresión comentado algún tema que está representado por el sustantivo “color”. Realmente todas estas expresiones mencionan a un Dios vivo y cuán fácil sería  opinar que Vallejo con estas ideas tan  sui generis nos involucre en una especie de testimonio de vivir con un Dios que creímos celestial. Por tal razón, cuando expresa con intensidad “que él me ha dicho…” no hay más que aludir a un ser humano que habla con el Yo-poético, es decir, con Vallejo, un hombre simple que convive con Dos. Los versos 7,8 y 9 solo muestran una idea: la humanidad de Dios cuando está triste y alegre, ya que ante cualquier circunstancia, siempre palpita el corazón por lo bueno o malo y se ve refrendado por el desprecio del amor, porque Dios también puede amar (se entiende que a una mujer) cuando se expresa del siguiente modo: “musita un dulce desdén de enamorado”, un enamorado muestra el susurro que le da a su enamorada porque lo hace con ternura (dulce) y desdén ( a veces con pleitos de enamorados). Toda esta connotación de sentimientos en estos tres versos finales de la segunda estrofa son precisos para mostrarnos a ese Dios muy aferrado a la angustia que toda persona tiene, que toda persona sufre y que toda persona se apasiona.

Se inicia la tercera estrofa con el cliché harto conocido por la gente, al menos peruana, cuando expresa: “Oh, Dios mío” aludiendo a un infortunio que le va a suceder y le cuenta a su amigo llamado Dios cuando expresa: “recién a ti me llego”, esta última es un retruécano porque le da una expresión ingeniosa al decir definitivamente que recién ve a su amigo y acude donde él para decirle algo. En los versos 11 y 12: “hoy que ando tanto en esta tarde; hoy/que en la falsa balanza de unos senos” notamos como el Yo-poético cuenta a su amigo Dios, en una tarde cualquiera, que está enamorado de alguna mujer que, poco a poco, iremos descubriendo y que en el trajinar de la vida solo se queda sumergido en la indecisión de uno senos que no sabe si lo quieren. Todas esa metáforas: Balanza= indecisión; senos=mujer que no sabe si dan amor, están perfiladas por el adverbio “hoy”, es decir de un tiempo actual, ya que todo el poema indica un presente sin saber exactamente cuál es el tiempo, puesto que Dios pertenece a todos los tiempos. Por eso finaliza esta estrofa con una contundente Metonimia, sin lugar a duda, que Dios, como humano, se equivoca: “mido y lloro una frágil Creación”, es decir, que el Yo-poético se queja a su amigo Dios que llora y conoce una mujer (que le llama Creación, como sustantivo propio, por ejemplo), cualquier mujer no definida que está identificada por el articulo indefinido “una” (no se sabe). En consecuencia, el Yo-poético y su amigo Dios, confidente de sus infortunios es el compañero ideal que debe conocer los sentimientos humanos porque ese amigo, definitivamente, es un hombre común.

Finalmente, la cuarta estrofa nos muestra en el verso inicial, el 14, una personificación innegable que completa toda esta idea del Dios humano como si habláramos de otra Biblia, la de Vallejo: “Y tú, cuál llorarás…tú, enamorado”. Desde el inicio notamos que tanto El Yo-poético (Vallejo) y su amigo Dios sufren por el amor de sus enamoradas, son confidentes y ambos, como mejores amigos, confiesan sus sentimientos quebrantados por el dolor del amor que sienten y nadie parece comprenderlos, además de conocer a su doncella en la intimidad, porque aluden los senos que tocan: “… en la falsa balanza de unos senos” (Yo poético) / “de tanto enorme seno girador…” (Dios). Es evidente que ambas Metáforas indican la intimidad que ambos personajes han tenido y que sucumben ante la duda que el amor les provoca. Y los versos 15,16, y 17 acaban por decirnos que nuestro amigo Dios, una persona como otra, queda aplastado por los sinsabores que la vida y que el amor ofrece: “Yo te consagro, Dios, porque amas tanto;/porque jamás sonríes; porque siempre/debe dolerte mucho el corazón.”,                             vemos a Dios que sufre, llora y se desconsuela marcado por los tiempos verbales “consagro”, “amas”, “sonríes”, “debe dolerte”, ya que todos ellos se muestran en presente porque Dios vive en un presente y, como tal, algún día tendrá que morir como todos; pero siente, ama, quiere, sufre, se congratula y se emociona con todo lo que ve, por eso le duele el corazón porque tiene vida, sangre y cuerpo que, una vez más, lo hace ser vivo. Todos estos pesares lo siente Dios como su amigo Vallejo que presenció en su vida, en muchas de sus inclemencias de las distintas circunstancias que lo marcaron como hombre y poeta, desde las afrentas de su niñez por la pobreza, sus encarcelamientos cuando fue joven, los vapuleos que sufrió por la publicación de «Los heraldos negros» y «Trilce», sus viajes por Europa y de las barbaries de las que fue testigo por la guerras que mataron a muchos. Esa idea hace que vea Vallejo a Dio como humano, pues como él, el poeta hace de la divinidad una presencia que también debe vivir como humano como lo hemos vivido todos en esta vida real (no imaginara como la bíblica). Eso es Dios para Vallejo en sus distintos poemas, cual si su Biblia personal lo escribiera, como un profeta de sus pensamientos.

 

4. CONCLUSIONES

En «Los heraldos negros» notamos que hay muchos poemas que incluyen alusiones e imágenes referidas a la cristiandad cuyos versos muestran una sintaxis envuelta con varias figuras estéticas, muestra de ello los dos poemas que hemos analizado. Esa forma de entender la métrica de la versificación vallejiana y su peculiaridad domestica hacen de estos poemas una belleza en su contexto y nos dan a entender que la idea de Dios, no solo es abstracta, divina y celestial; sino, también que Dios puede ser un ser humano como todos y que siente, llora, ríe y sufre. Este es el origen de Dios para Vallejo y cómo él lo concibe dentro de los sentimientos humanos. Esa imagen engloba el macrotexto de la poesía de Vallejo que adopta una forma estética diferente; y si a eso sumamos la eufonía de la que se desprende cada verso en su lectura notamos que los poemas son aún más bellos en su cadencia, sin rima y utilizando el verso libre cuyas silabas finales sonantes y asonantes encajan a la perfección por el uso adecuado de sus lexemas  y precisión morfológica por lo que no pierden su tonalidad. Esa amalgama de conjunciones eslabonadas una tras otra, mantienen una peculiaridad en sí mismo y cuando se comienza a leer desde el poema inicial, «Los heraldos negros», uno no se detiene hasta el último, «Espergesia». Por eso la magia literaria de este poemario radica en el manejo del leguaje como fuente principal de su léxico para la armonía del macrotexto que lo hacen uno de los más bellos, desde nuestra perspectiva, de la literatura mundial, dentro del género Lírico.

 

NOTAS

1. Carlos Caballero Alayo, «El tema de la vida en los heraldos negros», artículo publicado por la revista Espergesia, Universidad César Vallejo, en 2018.

2. Si aludimos a «La teología de la Libración» (1984) de Gustavo Gutiérrez,  anotado en la Tesis de Maestría de Estudios Filológicos Superiores de Erick Sayes Zevallos, «Resemantización del cristianismo en Los heraldos negros», entenderemos que la teología como gente de saber religioso es como die: “los científicos sociales latinoamericanos están empeñados en estudiar la cuestión partiendo de los países dominados, lo que permitirá discutir y ahondar la teoría de la dependencia”.

3. Pablo Guevara, «Constates en Vallejo», ensayo recopilado en el libro «11 ensayos vallejianos», publicado por la Universidad Nacional de San Agustín, 1993.

4. Artículo, «Los estilos de pensamiento en Los heraldos negros, de César Vallejo», Camilo Rubén Fernández-Cozman,  Universidad de Lima, Lima, Perú,  Bakhtiniana, São Paulo, 13 (1): 19-32, Ene./Abril 2018.

 

BIBLIOGRAFÍA

ARRIOLA GRANDE, Maurilio (1996), Diccionario literario del Perú T. II, Editorial Brasa S.A. Lima – Perú.

AUTORES, varios (1993), «11 ensayos vallejianos», Centro de Ediciones Universidad Nacional de San Agustín, Arequipa.

CABALLERO ALAYO, Carlos (2018), «El tema de la vida en Los heraldos negros», Revista Espergesia, Vol. 5 Núm. 1 (2018): enero-julio, Universidad César Vallejo.

CÁCERES CUADROS, Tito (2005), «Análisis e textos literarios», publicaciones Universidad Nacional de San Agustín.

FERNÁNDEZ-COZMAN, Camilo Rubén (2018), «Los estilos de pensamiento en Los heraldos negros», de César Vallejo», artículo publicado en Bakhtiniana, São Paulo, 13 (1): 19-32, Ene./Abril.

REVISTA COBRE (1993), «César Vallejo: Homenaje en el centenario de su nacimiento», suplemento especial, Editorial gráfica Pacífico Press, Lima.

SAYES ZEVALLOS, Erik Giancarlo (2015), «Resemantización del cristianismo en los heraldos negros de César Vallejo», Universidad de Valladolid. Facultad de filosofía y letras, España.

VALLEJO, César (1993), Homenaje a Vallejo,

VALLEJO, César (1987), «Obra poética», Editorial La oveja negra, Colombia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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